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"Ulls de mussol" (Owl Eyes) is a visual essay on duality that highlights the poetic existence of different elements or phenomena within the same occurrence. The project focuses on various attributes of the perceived environment in the images, such as chaos and order, concerning what the subjects observe or how they are observed.

exhibited at Can Basté Barcelona during Revela't Festival from September 22 to October 30, 2021 

 

Ulls de mussol, por Carolina Jiménez

Tenía las pestañas tan largas y tan oscuras que no se atrevía a rizarlas con uno de esos aparatitos con los que con tanta habilidad había visto desde niña acicalarse a su madre frente al espejo. Le fascinaba observar el modo en el que mesuraba la dosis exacta de fuerza, como si practicara un arte dificilísimo. Aquel artilugio hincado en el ojo, lejos de impresionarle, no solo le confortaba, sino que le excitaba. Pero ella nunca se atrevió a aplicárselo, no tanto por la posibilidad del fallo, del daño, sino porque temía que al hacerlo su mirada pudiera terminar pareciéndose a la de una muñeca que en otra época hubieran llamado Pepona. Equivalente inquietud sentía por aparentar diametralmente lo opuesto. Resultar demasiado insidiosa, obstinada, incluso pérfida. Una harpía. O algo peor ahora que en su barrio habían abierto varios locales donde las pestañas se extendían. Pensaba en cómo hasta las pestañas participan de la clase social. Los ojos rojos

Para cualquiera, aquellas pestañas hubieran sido un atributo envidiable. Eran, sin embargo, vergonzantes para ella. Es curiosa la fluidez de sentimientos divergentes como la vergüenza y la envidia. La distancia existente entre una y otra era otra manifestación de la ideología. En tensión y socialización constante, los sentimientos se pegan a ciertos sujetos y objetos, y se resbalan por otros. De dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro. Navegarlos era una cuestión de práctica. Para ella, atrapada en su propia apariencia, la vergüenza se había convertido en un trabajo más. Tenía que administrar su cuerpo para no cumplir con una expectativa. Un autocuestionamiento perpetuo. Aquella vergüenza se acumulaba a lo largo del tiempo como una suerte de valor bursátil de una economía diferenciadora de los sentimientos.

Tan profusamente le crecían que, a menudo, las pestañas se le infectaban. Orzuelos en los ojos.  Protuberancias de pus en los párpados. Bacterias campando a su anchas por sus henchidos folículos pilosos. Llenos de células madre, aquellos folículos eran las membranas más activas de todo su cuerpo. Alguien le dijo alguna vez que las pestañas naturales, como se hace con las sintéticas, podían recortarse. Despuntarse, suavizarse, domarse. Someterse a una forma. La de la norma. Tijera en mano, de vez en cuando, lo hacía. Pero la paciencia nunca había sido una de sus virtudes. Si pensaba en la relación entre paciencia y resignación o sufrimiento, le molestaba profundamente que fuese una virtud. ¿Una virtud para quién? Como también le molestaba la resonancia del catolicismo en muchas actitudes, comportamientos o valores exentos presuntamente de una condición religiosa. Casi todos ellos relacionados con la fuerza de voluntad y el autocontrol. Si pensaba en la concentración inoperante con la que se pasaba los días delante del ordenador, entonces la paciencia, efectivamente, era una virtud. Pero no desde su ajuste a la norma o la moral, sino desde su condición disidente: la de una obsesa. Pensó en que quizá los desajustes capilares de sus ojos seguramente eran otra consecuencia de la sophrosyne. El autocontrol convertido en imperativo categórico histérico. Saturados de afectos y efectos, aquellos ojos pestañosos se habían emancipado de su cuerpo. ¿Podían ser entendidos como formas de resistencia al poder inscritas en su cuerpo?

Miró de nuevo aquella fotografía mal impresa colgada en una de las paredes del cuarto de baño. Aunque arrugada y mohosa, cada vez que se miraba en el espejo, con el rabillo del ojo podía ver reflejada la imagen de aquel hombre no humano que venía de las estrellas. Tenía un ojo verde y otro azul. Una maravilla miope. Recordó aquella cita que dice que la delicadeza no era necesariamente lo opuesto a la fuerza. A fin de cuentas, el placer estaba históricamente conectado con diversas desviaciones de la norma, incluida la del placer mismo. Abrió un cajón del baño, cogió el rizador de pestañas y encrespó el ejercicio de la vergüenza. Cegó la mirada externa y comenzó a usar la interna. Le salieron alas en los ojos. Jamás volvieron a infectarse aquellos ojos para volar, aquellas alas para ver.